Escrito por Juan Bautista Varela de Vega
Una novela del siglo XVII (1618), novela de aventuras, popular, picaresca, autobiográfica, “La vida de Marcos de Obregón”, del gran poeta y músico Vicente Espinel, refleja como ninguna, la música popular y la vida musical española del Renacimiento. Esta excelente novela logró éxito allende nuestras fronteras, pues fue modelo -se ha dicho- de la no menos famosa “Gil Blas de Santillana”, del francés Renato Lesage.
“La vida de Marcos de Obregón”, según Samuel Gili Gaya, en su edición de la obra, es una novela en gran parte autobiográfica, que llega a nosotros como unas “memorias” de la juventud del poeta; obra escrita al final de su vida, y “nos informa -escribe Gili Gaya- de sus hechos, aficiones e ideas, y desde un principio nos pone en contacto muy directo con el espíritu del autor. Este hecho, al mismo tiempo que representa una gran novedad en el género picaresco, tan poco inclinado a expansiones subjetivas, es de capital importancia para el biógrafo que desee penetrar en el pensamiento de Espinel”.
En certeras pinceladas describe Valbuena Prat la personalidad del poeta-músico. “Espinel (1550-1624) -nos dice- pertenece a la misma generación de Cervantes y Lope. Como el autor del Quijote, fue cautivo en Argel, ya que se aceptan los elementos esenciales, como autobiográficos, de este episodio del “Marcos”. Como Lope, fue un “virtuoso” del verso, un espíritu inquieto y versátil y un brillante conversador de las Academias literarias, tan secentistas, del Madrid de Felipe III. El músico y el poeta se lleva los elogios de sus contertulios, entre ellos el mismo Lope. La simpatía ingénita de Espinel la transmite a su novela, más de aventuras que picaresca. No faltaron en su vida, llena de contrastes y altibajos, como la de Lope, los elementos propios del género de su novela. Su estancia juvenil en Sevilla le pone en contacto con “la sociedad de pícaros”, llegando a ser “el protagonista de una serie de pendencias y amoríos en que la justicia tuvo que intervenir más de una vez”. La finura de sus “Rimas”, que publica en 1591, realza motivos eróticos de la juventud, y revela una serena influencia clásica, a la vez. “Marcos de Obregón” es una bella resultante de la vida y carácter de este espíritu travieso y selecto. Sus dotes de vigüelista se revelan en la afición a las comparaciones musicales que abundan en la novela”.
Cita Valbuena Prat el tema y carácter del “Marcos” según Gili: “Un viejo escudero, muy experimentado en las cosas del mundo, cuenta las aventuras de su vida. Nada hay extraordinario en ella; es una vida vulgar que se desenvuelve sin heroísmos en medio de la sociedad española del siglo XVII; pero poseído de una viva curiosidad intelectual, sabe observar con exactitud y convertir sus observaciones en una lección permanente de experiencia”. “El protagonista no es un pícaro, sino un observador que contempla cuanto la vida le ofrece, y al lado de las andanzas de unos fulleros nos cuenta las eruditas disensiones de las academias de Milán, o unos capítulos de geografía fantástica”. “No hay intención satírica, sino didáctica, y cuando reprende vicios lo hace siempre como hombre indulgente que conoce los secretos de la vida y de la conciencia”.
Valbuena Prat ha señalado la peculiar sensibilidad de Vicente Espinel para la naturaleza y para el arte, citando al respecto varios párrafos del “Descanso XVII” del “Marcos de Obregón”, y añade: “Todo el Marcos de Obregón rebosa motivos personales de Espinel. El propio autor ha sido escudero del conde de Lemos en Valladolid, con lo cual hasta en la figura misma de su personaje novelesco y su índole hay una clara emoción de cosa vivida”.
Vicente Espinel -Vicente Martínez Espinel- nació en Ronda (Málaga), en 1551, falleciendo en Madrid, en 1624. Su vida repleta de aventuras, se inicia como estudiante en la Universidad de Salamanca. Más tarde es marino, figurando en la dotación de la Armada Invencible, en 1574. Después, soldado en las guerras de Italia (1580). En 1587 regresa a Málaga, ordenándose de sacerdote. Prebendado de la iglesia de Ronda, pasa posteriormente a ejercer varios cargos en Madrid, donde es maestro de la capilla que en la capital de España fundó el obispo de Plasencia.
En el campo literario se le ha considerado profesor de Lope, además de su personal amigo, al igual que lo fue de Miguel de Cervantes. En lo musical fue un artista sensible y un gran guitarrista, que escribió incluso un tratado titulado “Instrución de música sobre la guitarra española”. El hecho de destacar como uno de los mejores guitarristas de su época dio origen a la atribución de la idea a Espinel de dotar a la guitarra de una quinta cuerda (la prima actual), error que ha sido demostrado, entre otros, por Felipe Pedrell, quien dijo que Fray Juan Bermudo, en la primera edición de su “Libro de la Declaración de Instrumentos”, habla de que “guitarra habemos visto de cinco órdenes de cuerdas afinadas en “la”, “re”, “sol”, “si”, “mi”; hay, pues, en esa adición de una cuerda a las cuatro ordinarias de la guitarra del Pueblo, atribuida a Espinel -termina diciendo Pedrell- un “lapsus” tradicional que padecieron los escritores y comentadores de aquella época, y aún de épocas posteriores, que conviene destruir, porque no cabe “añadir” a la guitarra lo que ya poseía la vihuela cortesana”. Incurrieron en ese “lapsus”, según Pedrell, Lope de Vega (“La Dorotea”, acto I, escena 8ª), Cristóbal Suárez de Figueroa (“Plaza universal de todas las ciencias”, 1615), Nicolás Doyzi de Velasco (“Nuevo método de cifra para tañer guitarra”, 1630), Gaspar Sanz (“Instrucción… sobre la guitarra española”, 1647), etc. Todos estos autores -dice Pedrell- olvidaron lo que el famoso Carlos Amat expuso en aquel su método popular, “Guitarra española en dos maneras de Guitarra Castellana y Catalana de cinco órdenes… publicado en Barcelona el año de 1580”, “método que es el primero aparecido, cuando terminado el corto reinado de la vihuela cortesana “metodiza” el humorista Doctor y pone en manos del pueblo el instrumento compañero fiel, comentador musical, así de sus penas como de sus alegrías”.
José Subirá dice que Espinel se limitaría a generalizar ese tipo de guitarra (de cinco órdenes), por cuanto lo había descrito el P. Bermudo en su “Declaración de instrumentos” (1549), impresa cuando estaba en la puericia el varón ilustre que, como poeta, creó la “décima”, también conocida por “espinela” en homenaje a tan esclarecido inventor.
El error es recogido también en el XIX. Así, Manuel José Quintana, el “coronado” poeta, en su obra “Poesías selectas castellanas. Desde el tiempo de Juan de Mena hasta nuestros días”, dice respecto a Espinel: “Introdujo en la vihuela la cuerda quinta, y fue inventor de las décimas, que se llamaron de su nombre “Espinelas”.
Como guitarrista, Espinel fue muy alabado. Suárez de Figueroa, en su obra citada “Plaza universal de todas las ciencias”, escribe que brillaban en la época Vicente Espinel (autor de las sonadas y cantor de sala), Benavente, Palomares y Juan Blas. Lope de Vega le elogia en “El peregrino de su patria”, en la “Filomena” y en “El caballero de Illescas”, en cuya dedicatoria se dirige a Espinel, diciendo: “No se olvidará jamás en los instrumentos el arte y la dulzura de Vm., de Palomares y de Juan Blas de Castro”.
Espinel admiró, a su vez, a varios músicos de su tiempo, como al gran músico sevillano Francisco Guerrero, uno de nuestros mejores polifonistas, sobre el que escribe una octava real, que decía así:
Fue Francisco Guerrero, en cuya suma
de artificio y gallardo contrapunto
con los despojos de la eterna pluma
y el general aplauso, todo junto,
no se sabe que en cuanto el tiempo suma
ninguno otro llegase al mismo punto.
Que si en la ciencia es más que todos diestro,
es tan grande cantor como maestro.
Admiró asimismo a Rodrigo Ceballos, hermano de Francisco y maestro de capilla en la catedral de Córdoba. Espinel en su poema “La casa de la Memoria” le iguala con Cristóbal de Morales y con Francisco Guerrero. En el mismo poema elogia al excelente organista de la catedral de Sevilla, luego capellán y músico de tecla de Felipe II, Diego del Castillo.
Las descripciones relacionadas más o menos directamente con la música en el “Marcos de Obregón” son muy numerosas. Reseñemos las más importantes.
Desde el comienzo, en el “Descanso I” (capítulo I), aparece la primera alusión. El protagonista, ya viejo, desea un empleo, que le proporciona un cantor de la capilla episcopal: “porque tras de muchos infortunios, que toda mi vida he sufrido, me vine a hallar desacomodado al cabo de mi vejez, de manera que porque no me prendiesen por vagabundo, hube de encomendarme a un amigo mío, cantor de la capilla del obispo -que estos todo lo conocen, si no es a sí propios-, y él me acomodó por escudero y ayo de un médico y su mujer, tan semejante el uno al otro en la vanidad de valentía y hermosura, que no les quedó que repartir en los vecinos, con los cuales me pasaron lances harto dignos de saberse”.
En el Descanso II, dice Marcos lo siguiente: “Venía casi todas las noches a visitarme un mocito barbero, conocido mío, que tenía bonita voz y garganta; traía consigo una guitarra con que, sentado al umbral de la puerta cantaba algunas sonadillas (tonadillas), a que yo le llevaba un mal contrabajo, pero bien concertado -que no hay dos voces que si se entonan y cantan verdad, no parezcan bien- de manera que con el concierto y la voz del mozo, que era razonable, juntábamos la vecindad a oír nuestra armonía. El mozuelo tañía siempre la guitarra, no tanto por mostrar que lo sabía, como por rascarse con el movimiento las muñecas de las manos, que tenía llenas de una sarna perruna. Mi ama se ponía siempre a escuchar la música en el corredorcillo, y el doctor, como venía cansado de hacer sus visitas -aunque tenía pocas-, no reparaba en la música ni en el cuidado con que su mujer se ponía a oírla. Como el mozuelo era continuo todas las noches en venir a cantar, si alguna faltaba, mi ama lo echaba de menos y preguntaba por él, con alguna demostración de gustar de su voz. Vino a parecerle tan bien el cantar, que cuando el mozuelo subía un punto de voz, ella bajaba otro de gravedad, hasta llegar a los umbrales de la puerta, para oírle más cerca las consonancias; que la música instrumental de sala, tanto más tiene de dulzura y suavidad cuanto menos de vocería y ruido; que como el juez, que es el oído, está muy cerca, percibe mejor y más atentamente las especies que envía el alma, formadas con el aplauso de la media voz”.
Bien comienza, pues, la obra de Espinel. Primero, la descripción de un tipo musical de la época, un cantor de capilla episcopal; segundo, la “aparición en escena” de nuestro más genuino instrumento, la guitarra, y el canto a dúo, y empleada en estilo rasgueado, que muestra Espinel en el detalle del “movimiento de las muñecas”, “que tenía llenas de sarna perruna”; tercero, la concreta referencia a lo que hoy denominaríamos “música de cámara”, en la expresión “música instrumental de sala”.
Pero prosigamos. En el Descanso XI (Libro I), Marcos regresa a Salamanca y narra lo siguiente -como dice Subirá- “con emoción intelectualista”: “hasta que llegamos a Salamanca, donde la grandeza de aquella Universidad hizo que me olvidase de todo lo pasado. Alegróse mi alma de ver que los ojos gozasen lo que tenían los oídos y los deseos llenos de la soberbia fama de aquellas academias que han puesto silencio a cuantas hay en el mundo. Vi aquellas cuatro columnas sobre quien estriba el gobierno universal de toda la Europa, las bases que defienden la verdad católica. Vi al padre Mancio, cuyo nombre estaba y está esparcido en todo lo descubierto, y otros excelentísimos sujetos, con cuya doctrina se conservan las facultades en su fuerza y vigor. Vi al abad Salinas, el ciego, el más docto varón en música especulativa que ha conocido la antigüedad, no solamente en el género diatónico y cromático, sino también en el armónico, de quien tan poca noticia se tiene hoy, a quien después sucedió en el mismo lugar Bernardo Clavijo, doctísimo en entender y obrar, hoy organista de Felipe Tercero”.
Descanso XVII: “A los oídos deleita con grande admiración la abundancia de los pajarillos, que imitándose unos a otros, no cesan en todo el día y la noche su dulcísima armonía, con una arte sin arte, que como no tienen consonancia ni disonancia, es una confusión dulcísima que mueve a contemplación del universal Hacedor de todas las cosas”
Descanso XVIII: “Fuime divirtiendo con los ruiseñores, que nos daban música por el camino, admirándome de ver con cuánto cuidado se van poniendo delante de los hombres para que oigan la melodía de su canto, a veces llevando el canto llano con la quietud del tenor y luego con la disminución del tiple, convidando al contrabajo a que haga el fundamento, sobre que van las voces saliendo a veces sin pensar en el contralto. Concierto no imitado de los hombres, sino enseñado a los hombres, a quien sirven con gran cuidado de darles gusto, pues en la orilla de aquel río, y en cualquier parte que los haya, tanto con más excelencia usan de su armonía cuanto más cerca se hallan de los hombres”.
“¡Ya salió el polifonista -dice López Chavarri- en esta típica descripción! Y aún vuelve a salir poco después en una cómica escena de soldados, a propósito de un cerdo escondido que gruñe “en contrabajo” ,para mayor carácter -sinfonía esta animalesca que trae a la memoria los famosos madrigales burlescos de Adriano Banchieri con sus conciertos de gatos y perros, y su “contrapunto animale alla mente”-, de igual manera que Marcos llama a su novia por la gatera “soltando su contralto” seguido de un formidable alboroto de perros”, termina diciendo López Chávarri.
Pasamos al Libro II: Relación segunda de la vida del escudero Marcos de Obregón. En Sevilla, en la que Espinel describe por voca de Marcos el ambiente de gran animación, suceden algunos episodios con alusiones musicales menos importantes. Marcos se embarca con la idea de guerrear en Italia, pero naufraga frente al archipiélago balear, alcanzando la isla de Cabrera (Descanso VII). En el Descanso VIII, dice Marcos: “Enviamos por nuestra comida y una guitarra, con que nos entretuvimos con grandísimo contento, cantando y tañendo como los hijos de Israel en su desierto”. Es decir, la guitarra aparece como elemento de consuelo de los náufragos. A continuación, Marcos y sus compañeros, son apresados por los moros (“turcos” ), un recurso narrativo muy propio de la novelística del XVII, con el consabido cautiverio en Argel. Durante la travesía un muchacho moro canta, y Marcos lo hace acompañándose a la guitarra de nuevo: “y para sosegar más su enojo mandome que tomase una guitarra que sacamos de la cueva; hícelo acordándome del cantar de los hijos de Israel cuando iban en su cautiverio. Fueron con el viento en popa mientras yo cantaba en mi guitarra, muy alegres, sin tener alteración del mar ni estorbo de enemigos, hasta que descubrieron las torres de la costa de Argel”. Más adelante aparece una mención organográfica: “Llegaron al puerto, y fue tan grande el recibimiento, por verle venir, y venir con presa, que le hicieron grandes algazaras, tocaron trompetas y jabebas y otros instrumentos que usan, más para confusión y trulla que para apacibilidad de los oídos”. La jabeba o xabeba es una flauta de pico, mencionada continuamente en el “Romancero morisco”, que puede tener tres u ocho agujeros y de.la que se encuentran tipos en Túnez y Marruecos.
Surgen más episodios breves y de menor entidad, en su enamoramiento de una dama mora, en el que el canto y los versos de Marcos participan de manera principal.
Los moros eunucos son vituperados por Marcos como personas que no profesan la música, pues, en el recuerdo lógico, se ve obligado a ensalzar a los famosos “castrati”: “Y el eunuco, por mala condición que tenía, estuvo siempre bien conmigo, que este género de gentes está en la república muy infamado de mal intencionado, no sé si con razón, porque la libertad de que usan en no disimular cosa, antes creo que les queda de ser siempre niños, más que de ser mal intencionados. Esto se entiende acerca de los que no profesan la música, que en los que la profesan he visto muchos cuerdos y muy virtuosos, como fue Primo, racionero de Toledo, y como es Luis Onguero, capellán de Su Majestad, y otros de este modo y traza, que por evitar prolijidad callo”.
La prolongada estancia de Marcos de Obregón entre infieles finaliza cuando, conducido en una nave morisca ésta es apresada por genoveses al mando del famoso general Marcelo Doria, en cuya nave venían dos músicos españoles a su servicio. Marcos es tomado por un cristiano renegado, pero su ingenio logra que la música les una, organizándose un concierto de canto y guitarra: “mandó el general a los músicos que cantasen, y tomando sus guitarras lo primero que cantaron fue unas octavas mías que se glosaban:
“El bien dudoso, el mal seguro y cierto”.
Comenzó el tiple, que se llamaba Francisco de la Peña, a hacer excelentísimos pasajes de garganta, que como la sonada era grave había lugar para hacellos, y yo a dar un suspiro a cada cláusula que hacían. Cantaron todas las octavas y al último pie, que dijeron:
“El bien dudoso, el mal seguro y cierto”.
ya no pude contenerme, y con un movimiento natural, consideradamente, dije: Todavía me dura esa desdicha”. Como fue en voz alta, miró el Peña, que por venir yo tan disfrazado de cara y de vestido y por él corto de vista no me había conocido antes, y en viéndome, sin poderme hablar palabra, humedecidos los ojos, me abrazó y fue al general diciendo: “¿A quién piensa vuestra excelencia que traemos aquí?” “¿A quién?”, preguntó el general. “Al autor -dijo Peña- desta letra y sonada, y de cuanto le habemos cantado a vuestra excelencia”. (Descanso XIV y último del Libro II).
El Libro III, parte final de la obra, contiene el resto de temas musicales descritos por el protagonista. Marcos de Obregón parte para Milán. Estancia en Pavía. Luego Turín. Vuelta a Milán y, en el Descanso V de este Libro III, descripción de su ambiente: “Vuelvo a Milán, como aquella república es tan abundante de todas las cosas, eslo también de hombres muy doctos en las buenas letras y en el ejercicio de la Música, en que era muy sabio don Antonio de Londoña, presidente de aquel magistrado, en cuya casa había siempre junta de excelentísimos músicos, como de voces y habilidades, donde se hacía mención de todos los nombres eminentes en la facultad. Tañíanse vihuelas de arco con grande destreza, tecla, arpa, vihuela de mano, por excelentísimos hombres en todos los instrumentos. Movíanse cuestiones acerca del uso desta ciencia, pero no se ponía en el extremo que estos días se ha puesto en casa del maestro Clavijo, donde ha habido juntas de lo más granado y purificado deste divino, aunque mal premiado ejercicio. Juntábanse en el jardín de su casa el licenciado Gaspar de Torres, que en la verdad de herir la cuerda con aire y ciencia, acompañando la vihuela con gallardísimos pasajes de voz y garganta, llegó al extremo que se puede llegar, y otros muchos sujetos muy dignos de hacer mención dellos. Pero llegado a oir al mismo maestro Clavijo en la tecla, a su hija doña Bernardina en la arpa, y a Lucas de Matos en la vihuela de siete Órdenes, imitándose los unos a los otros con gravísimos y no usados movimientos, es lo mejor que yo he oído en mi vida. Pero la niña -que ahora es monja en Santo Domingo el Real- es monstruo de naturaleza en la tecla y arpa.
Mas Volviendo a lo dicho, un día, acabando de cantar y tañer quedando todos suspensos, preguntó uno que cómo la música no hacía ahora el mismo efecto que solía hacer antiguamente, suspendiendo los ánimos y convirtiéndolos a transformarse en los mismos conceptos que iban cantando, como fue lo de Alejandro Magno, que estándole cantando las guerras de Troya, con grande ímpetu se levantó y puso mano a su espada, echando cuchilladas al aire como si se hallara en ella presente”.
Casi todo este Descanso V lo dedica Espinel a la música. Habla de la pérdida del género enarmónico. Se refiere nuevamente a Francisco de Salinas. Menciona al gran compositor Juan Navarro. Señala los requisitos para que una obra musical produzca efecto: “que la letra tenga conceptos excelentes y muy agudos, con el lenguaje de la misma casta; lo segundo, que la música sea tan hija de los mismos conceptos que los vaya desentrañando; lo tercero es que quien lo canta tenga espíritu y disposición, aire y gallardía para ejecutarlo; lo cuarto, que el que lo oye tenga el ánimo y gusto dispuesto para aquella materia. Que desta manera hará la música milagros. Yo soy testigo que estando cantando dos músicos con grande excelencia una noche una canción que dice: “Rompe las venas del ardiente pecho”, fue tanta la pasión y accidente que le dio a un caballero que los había llevado a cantar, que estando la señora a la ventana y muy de secreto, sacó la daga y dijo: “Veis aquí el instrumento, rompedme el pecho y las entrañas”, quedando admirados los músicos y el autor de la letra y sonada, porque concurrieron allí todos los requisitos necesarios para hacer aquel efecto”.
Vuelven los relatos de Marcos por Italia. Fastuosidades de Venecia. Vuelta a España. Desembarco en Barcelona y regreso a Madrid. Decide abandonar la Corte y se retira a Andalucía. En el camino escucha una vez más el son de las guitarras; una zambra le emociona. Termina Espinel teorizando a través de sus amplios conocimientos históricos y estéticos. Y con todo este admirable conjunto de visiones musicales nos ha presentado una completa e interesante España musical renacentista.
BIBLIOGRAFIA
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Año: 1981 – Tomo: 01b – Revista número: 10
Páginas en la revista: 19-24
http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=96