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Juglares y trobadores

Los juglares como recitaban

El recitado juglaresco era extraordinariamente libre y amoldable. El juglar no estaba obligado a someterse aun texto determinado y fijo, sino que, según los gustos del público ante el que actuaba o según sus personales predilecciones, alargaba o acopaba la narración, inmiscuía escenas o versos, recargaba el dramatismo de ciertos pasajes o interrumpía el relato para pasar el platillo, anunciando al auditorio que no narraría el final de una aventura si no se mostraba generoso con él, o bien, al ser la hora avanzada, convocaba a los que le escuchaban para el día siguiente, en el que pensaba dar término al recitado del cantar iniciado.

El juglar recitaba de memoria, pero cuando ésta le fallaba era capaz de improvisar en verso y seguir así el relato del cantar, pues disponía de una serie de recursos y de fórmulas que le permitían versificar oralmente. Todo ello supuso una variada movilidad del texto de las gestas, nunca fijo y definitivo como puede ser el de una obra de creación culta (la Eneida o La Araucana, por ejemplo), similar, sin duda, a las manifestaciones tradicionales de las epopeyas griegas y germánicas primitivas.

Juglares y trobadores

Ciertamente, el trovador gozaba de una condición social más elevada que la del juglar, mas a pesar de ello los rasgos distintivos entre juglares y trovadores son a menudo borrosos. El juglar gascón Marcabrú consideraba su oficio a la altura del de los trovadores, a la vez que algunos de éstos, como el noble Arnaut Daniel, no tenían inconveniente en equipararse a los juglares.Estos hombres, siempre errantes, eran el vehículo principal de la poesía medieval en las distintas lenguas europeas (provenzal, francés, castellano, gallego, catalán, italiano, inglés, alemán). En realidad, los trovadores, encomendaban a los juglares la divulgación de sus composiciones.
Según Riquier, la juglaría es algo muy distinto. Fue inventada por gentes cultas para difundir la alegría y el honor. Más tarde aparecieron los trovadores, para dar ánimo a los caballeros en nobles empresas. Sin embargo, después la juglaría decayó. Para Riquier puede llamarse juglares sólo a los hábiles instrumentistas que se dedican cabalmente al arte del entretenimiento. El soberano no hace esperar su respuesta; en 1275 está fechada su Declaratió del sénher rey N’Amfos de Castela, en la que se afirma que, mientras que en Provenza el nombre de juglar se aplica a diversas personas, en Castilla cada clase tiene un nombre: a los instrumentistas se les llama juglares; a los imitadores, remedadores; a los trovadores, segrieres. Esos individuos sin oficio ni honor que se exhiben en calles y tabernas son llamados cazurros. Tampoco forma parte de la categoría de los juglares quien se hace pasar por loco en la corte contando chascarrillos obscenos, pues a éstos en Italia se les llama bufones. Hay, pues, que distinguir entre juglar y trovador, y no son dignos de llamarse juglares quienes juegan con monos y pájaros en las plazas.

Pese a todo, juglares y trovadores se confundían. Estos hombres, siempre errantes, eran el vehículo principal de la poesía medieval en las distintas lenguas europeas (provenzal, francés, castellano, gallego, catalán, italiano, inglés, alemán). En realidad, los trovadores, encomendaban a los juglares la divulgación de sus composiciones. El propio rey Alfonso el Sabio o literatos como el Arcipreste de Hita o Villasandino encargaban a los juglares que dieran máxima difusión a sus poemas. A menudo se envía al juglar a transmitir elogios o críticas feroces, y por esta razón muchos de ellos podían correr serio peligro, incluso de su propia vida.

La extracción social de esta categoría multiforme era, es fácil imaginarlo, muy variada.

Tipos de juglares 

Gracias a las Partidas de Alfonso x el Sabio y otras fuentes históricas tenemos noticia de la notable presencia de los juglares de gesta, los más estimados de todos. Los moralistas, de hecho, tenían por únicos juglares dignos de este nombre a los cantores de gestas de nobles y santos.

En la Crónica General de 1344 se distingue entre juglares de boca y juglares de péñola. Se llamaba de boca a los que cantaban acompañándose de instrumentos de cuerda, que no de viento. Los juglares de péñola eran quizá versificadores capaces de usar la pluma para escribir poemas o, más probablemente, juglares que tocaban la vihuela con el plectro, obtenido a partir de una pluma de oca, mientras que otros colegas suyos se acompañaban de la vihuela tocada con arco. En los romances épicos el juglar acompañaba al cantor, o a sí mismo, ejecutando una melodía con algún ornamento, al unísono o a la octava; con la vihuela se improvisaban también una especie de preludios y fórmulas instrumentales para la parte final de las estrofas cantadas.

A las soldaderas se las representa en las miniaturas medievales cantando o bailando, normalmente junto a un juglar. Es seguro que las Cantigas de Santa María se ejecutaban con su ayuda.

Aquellas almas entre briosas y melancólicas se distinguían sobre todo por su especialización musical. Destacaban los violeros, considerados entre los de más prestigio por ser los que cantaban poemas épicos y religiosos. El Arcipreste de Hita distingue entre la vihuela de arco y la de péñola; había también quien tocaba la cedra (cedreros) y especialistas en cítola (cítoleros). Junto a éstos encontramos tromperos o trompeteros y tamboreros, de clase inferior, que quedaban al margen de la tradición literaria por el hecho de tocar instrumentos de viento y de percusión. Por lo común no eran solistas, sino que se unían ora a un grupo, ora a otro. Pese a todo, durante el siglo xiv los músicos de instrumentos de viento gozaron de un gran prestigio en la corte aragonesa.

Existían asimismo juglares con puesto de trabajo fijo, al servicio de reyes o nobles, e incluso como empleados municipales.

 

En el siglo xIv, el rey Jaime II de Mallorca en sus Leges Palatinæ define a los juglares como aquéllos que tienen por oficio alegrar a la gente: illorum officium tribuit lætitiam. En Francia era conocida su capacidad de divertir a quienes les escuchaban: trop bien genz solacier. Los propios juglares se atribuían nombres jocosos, como Alegret en Provenza, Alegre y Saborejo en la península Ibérica o Graciosa y Preciosa entre las mujeres. A menudo tomaban el nombre de los instrumentos en que eran expertos (pues lo normal es que supieran tocar más de uno), encontramos, así, a un Cítola en la corte del Rey Sabio y a un Cornamusa (alias de Ramón Martí) en Lérida hacia 1357. No faltaban los nombres burlescos (ystriones sibi nomina jocosa imponunt) como Malanotte y Maldicorpo en Italia.

El hábito de trabajo, por llamarlo de algún modo, de aquellos artistas desheredados solía ser llamativo y de vistosos colores. Los ministriles (instrumentistas herederos de la antigua tradición juglaresca) de la corte de Juan I de Aragón (1387-1396) vestían librea de paño blanco con un distintivo de plata. Los cinco juglares de Carlos el Noble de Navarra (1387-1425) vestían de paño verde de Bristol. En fin, los ministriles que amenizaron en Jaén las bodas del condestable Miguel Lucas (1461) vestían ropas de terciopelo azul.

Juan I, no por nada conocido como el Músico, además de el Cazador, fue uno de los grandes mecenas del Medievo, hospedando en su prestigiosa corte a centenares de juglares, ministriles y cantores de polifonía. Desde niño tuvo a su servicio a la juglaresa Caterina y poseía una cornamusa ornamentada con blasones reales. Instrumentistas y juglares acudían a la corte aragonesa procedentes de las principales naciones de Europa: Francia, Italia, Inglaterra, Escocia, Portugal, Bohemia. Estos músicos se reunían para compartir conocimientos, sobre todo por Cuaresma, época en que no podían ejercer su oficio (al igual que las prostitutas). El intercambio de experiencias era intensísimo. Escribe Juan el Músico al marqués de Villena que “nuestros instrumentistas han enseñado por orden nuestra seis nuevas canciones a los vuestros. Y cuando nuestros instrumentistas, que acuden ahora a las escuelas, vuelvan, enviadnos a los vuestros con el fin de que enseñen otras tantas a los nuestros”.

“¡Prestad atención a lo que quiero deciros!” . Juglares

“El juglar es un ser múltiple: es un músico, un poeta, un actor, un saltimbanqui; es una especie de intendente de placeres que vive en las cortes de reyes y príncipes; es un vagabundo errante que monta espectáculos en las aldeas; es el vihuelista que por los caminos va cantando gestas a los peregrinos; es el charlatán que entretiene a las gentes en la encrucijada; es el autor y el protagonista de las chanzas que se cuentan los días de fiesta a la salida de la iglesia; es el maestro que hace que los jóvenes salten y bailen; es el tamborero, el trompero y el gaitero que marca el paso en las procesiones; es el narrador, el cantor que anima festines, bodas y vigilias; es el jinete que da volteretas sobre el caballo; el acróbata que baila parándose de manos, el que juega con cuchillos, el que atraviesa los círculos a la carrera, el que escupe fuego, el que se retuerce como un contorsionista; es el que canta o hace el mimo; el bufón que hace muecas y suelta necedades; todo esto es el juglar, y algo más.”

De Les jongleurs en France au Moyen Age, de Edmond Faral

Su función social se encontraba entre las más singulares y extravagantes de los días medievales. Comprendía a finos instrumentistas, diestros malabaristas y agudos poetas. Y también a aventureros sin oficio ni beneficio que alternaban sus exhibiciones musicales con los hurtos en plazas y tabernas. Sin embargo, por encima de todo, los juglares fueron transmisores de cultura fundamentales durante la Edad Media: difundían técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales en un mundo de gentes analfabetas e impregnadas de tradición oral.

Estos hombres, amantes de la música y la poesía, corrían grandes riesgos dada su errática vida, a menudo expuestos a pestes, guerras y carestía. Una de las Cantigas de Santa María del rey Alfonso x nos habla de un juglar que, envuelto en su manto de viaje, pide hospitalidad a un señor en Cataluña; llega a caballo y trae consigo una vihuela. El júbilo invade la casa, el señor lo recibe cortésmente mientras un niño se divierte montando la bestia del recién llegado. Se trataba de un “un jogar que ben cantava” y que “sen vergoña” iba “andando pelas cortes”. Mas cuando por la mañana el juglar marchó de la casa, el señor mandó sus criados a asaltarlo para robarle el caballo y las ropas. El hecho no tiene por qué sorprendernos. Hasta el célebre cantor y poeta Giraut de Bornelh fue atacado por unos salteadores enviados por el rey de Navarra mientras volvía a Francia colmado de regalos del monarca Alfonso VIII de Castilla.

No resulta fácil hacerse una idea precisa sobre los juglares. Ni siquiera encontramos consenso entre los estudiosos modernos. Los Padres de la Iglesia se referían a ellos con voces de la antigüedad romana: les llamaban con desprecio mimi o histriones, gentes de baja estofa dedicados a espectáculos indecentes. A partir del año 789, en el imperio franco se prohibió que obispos y abades dejaran entrar a los juglares en sus tierras.

El término juglar deriva del latín joculator, que a su vez está relacionado con jocus (juego). El vocablo aparece en el concilio de Cartago del 436 y se difunde durante la Edad Media, designando categorías sociales y culturales con frecuencia muy distintas.

La denominación de los juglares

Numerosas son las palabras que en distintas lenguas se han derivado de la voz latina joculator (el que juega). En castellano tenemos juglar, jutglar; en catalán, joglar, jograr; en francés, juglor, jogleur; en inglés, juggler, jugelere; en portugués, jogral; en italiano, giollare, zoglar.

Y surgen otras denominaciones: minstrel en Inglaterra (del latín ministerialis = servidor de casa). También en Cataluña la voz ministrer prevalece sobre joglar en el siglo xiv, y en Castilla se afianza ministril.

En Alemania Gengler se transforma en Gaukler, y después en Spielman (spielen significa precisamente tocar); en flamenco tenemos Gokelaer. Los Spielleute son herederos del Skôp y el Gléoman del ámbito teutónico. Existieron también los Spelmän en Suecia, el Spillemaend en Noruega y el Speelmanni en Finlandia, e incluso el Szpielmonas en Lituania, el Spilman en la zona de Bohemia y el Smorok en Rusia.

Las definiciones de juglar son muchas y muy distintas, pues muchos y de muy distinto tipo eran los juglares, poseedores de mil oficios y de formación cultural diversa. Sintetizando casi hasta la caricatura, podemos decir que tenían la función de divertir y entretener a las gentes.

Fuente para los artículos sobre juglares Golber, portal de la música antigua.

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